
Imagina que te dicen: “Vamos a construir una carretera de 550 kilómetros… ¡en medio de un desierto gigante donde ni las sombras se atreven a quedarse!”. Suena a locura, ¿no? Bueno, en China no solo lo imaginó: lo hizo realidad. Y no solo eso, además le plantaron un bosque completo a cada lado.
La historia comienza en el desierto de Taklamakán, conocido como “el mar de la muerte”. Un lugar donde las tormentas de arena pueden tragarse una carretera como si fuera un juguete, y donde las temperaturas cambian de +50°C a -40°C sin previo aviso. Aquí, donde la vida parece imposible, nació la autopista de Tarim.
¿Pero cómo haces para que una carretera sobreviva donde todo parece destinado a desaparecer bajo la arena? China apostó por la naturaleza: no para vencerla, sino para domarla. Más de 3.000 hectáreas de vegetación fueron sembradas a ambos lados del asfalto. Matorrales y árboles alineados como soldados verdes formando una muralla viviente de 70 metros de ancho y 400 kilómetros de largo.
Sí, un bosque artificial completo en uno de los desiertos más extremos del planeta. Y no es solo por estética. Este cinturón verde actúa como escudo, evitando que el viento y la arena sepulten la vía. ¿Cómo sobrevive? Gracias a cientos de pozos que bombean agua desde un acuífero subterráneo, usando un sistema de riego diseñado con precisión quirúrgica.
Pero hay más: cada 4 kilómetros hay pequeñas estaciones donde viven los trabajadores encargados de cuidar este ecosistema. Viven en pareja, aislados, y solo pueden estar allí por dos años debido a lo extremo del clima. No hay lujos, ni comodidades… pero sí un propósito gigante: que esta carretera nunca desaparezca.
Lo que comenzó como una idea casi imposible hoy es una maravilla de ingeniería y biotecnología. Una lección de cómo, a veces, para sobrevivir al desierto, hay que sembrarlo. Y sí, los árboles también pueden ser héroes.