En una esquina cualquiera de Buenos Aires, Argentina algo poco común ocurre cada día: huele a guiso casero, suena música tranquila y se respira calidez. Pero lo que más se nota es que las manos que cocinan no son jóvenes, y eso no es un error: es la esencia de “Las nonas, Petrona y Ramona”.

Débora y Diego, una pareja de Tucumán, llegaron a la capital con lo justo, un embarazo en camino y muchas ganas de salir adelante. En medio de la incertidumbre, encontraron en la cocina no solo una fuente de ingresos, sino una forma de resistir. Comenzaron vendiendo empanadas y con el tiempo abrieron su primer local, “Abuela Maruca”. Pero no se quedaron ahí. Querían algo más grande, más significativo.

Así nació su actual restaurante, cuyo nombre es un homenaje a sus abuelas. Pero lo que lo hace realmente especial no es solo la comida —abundante, casera, llena de sabor a hogar— sino quiénes la preparan: todas personas jubiladasAbuelas y abuelos que, en vez de quedarse sin opciones, encontraron en este lugar una nueva razón para madrugar, una comunidad que los valora, y sobre todo, una segunda oportunidad.

No fue una decisión al azar. Tras probar con personal más joven que no terminaba de comprometerse, Débora apostó por lo que muchos ignoran: la sabiduría de la experiencia. Y no se equivocó. “Las nonas”no solo cocinan: abrazan, aconsejan, ríen, enseñan. Mónica, por ejemplo, se levanta a las 4:30 a. m. para llegar desde González Catán, con la misma energía con la que luego abraza a sus 11 nietos al volver a casa. Es que trabajar acá no es solo un empleo, es pertenecer.

Este restaurante es la prueba de que lo humano puede ser el corazón de un emprendimiento. De que no hace falta inventar algo nuevo para cambiar el mundo, a veces basta con mirar a quien la sociedad ya no ve. Y apostar por ellos.

Porque nunca es tarde para empezar de nuevo. Ni para cocinar con amor.

Activista vs Industria del Carbón 

Alok Shukla no es un activista común. Este hombre de 43 años acaba de recibir el codiciado Premio Goldman 2024 por su valiente lucha contra una de las industrias más poderosas del mundo: la minería del carbón. Su objetivo: salvar el bosque de Hasdeo Aranya, un pulmón verde de 1,017 kilómetros cuadrados en el corazón de India, hogar de especies raras y comunidades que han vivido en él durante siglos.

La historia comenzó hace más de una década, cuando Alok vio por primera vez ese bosque, una joya de biodiversidad. En ese momento, supo que se enfrentaría a las gigantescas empresas mineras que, atraídas por los miles de millones de toneladas de carbón bajo sus suelos, querían destruir este paraíso. “Es parte de mi identidad, este bosque es mi hogar, y lo que más quiero es verlo sobrevivir”, dijo Alok.

El desafío era enorme. El gobierno local había reconocido el valor del bosque, pero las poderosas multinacionales no se detendrían ante nada para extraer el carbón. Las comunidades locales, conocidas como los Adivasi, ya intentaban resistir, pero sus esfuerzos eran aislados. Alok comprendió que la única forma de ganar era uniendo a todos. En 2012, empezó a organizarse bajo el Comité de Resistencia para Salvar Hasdeo Aranya.

La lucha fue épica: unió fuerzas con los pueblos indígenas, concienció sobre sus derechos y logró que tres minas fueran cerradas. Pero no todo fue tan fácil. A pesar de la pandemia de COVID-19 y la resistencia de la comunidad, las minas seguían siendo una amenaza. Fue necesario 18 meses de campañas intensas, marchas e incluso abrazos a los árboles para que el gobierno cancelara los permisos de explotación minera en la zona.

Alok no solo salvó el bosque, sino también la identidad de las personas que viven en él. “Esta es una batalla entre la vida de la gente y las ganancias de las corporaciones”, señala con determinación. Hoy, su victoria no solo le otorga el reconocimiento mundial, sino también esperanza para otros movimientos que luchan por proteger los ecosistemas de todo el mundo. Como dice Alok: “Cualquier árbol que sea cortado en Hasdeo Aranya es un error. Y nuestro esfuerzo es cuidar cada árbol”.