En una esquina cualquiera de Buenos Aires, Argentina algo poco común ocurre cada día: huele a guiso casero, suena música tranquila y se respira calidez. Pero lo que más se nota es que las manos que cocinan no son jóvenes, y eso no es un error: es la esencia de “Las nonas, Petrona y Ramona”.

Débora y Diego, una pareja de Tucumán, llegaron a la capital con lo justo, un embarazo en camino y muchas ganas de salir adelante. En medio de la incertidumbre, encontraron en la cocina no solo una fuente de ingresos, sino una forma de resistir. Comenzaron vendiendo empanadas y con el tiempo abrieron su primer local, “Abuela Maruca”. Pero no se quedaron ahí. Querían algo más grande, más significativo.

Así nació su actual restaurante, cuyo nombre es un homenaje a sus abuelas. Pero lo que lo hace realmente especial no es solo la comida —abundante, casera, llena de sabor a hogar— sino quiénes la preparan: todas personas jubiladasAbuelas y abuelos que, en vez de quedarse sin opciones, encontraron en este lugar una nueva razón para madrugar, una comunidad que los valora, y sobre todo, una segunda oportunidad.

No fue una decisión al azar. Tras probar con personal más joven que no terminaba de comprometerse, Débora apostó por lo que muchos ignoran: la sabiduría de la experiencia. Y no se equivocó. “Las nonas”no solo cocinan: abrazan, aconsejan, ríen, enseñan. Mónica, por ejemplo, se levanta a las 4:30 a. m. para llegar desde González Catán, con la misma energía con la que luego abraza a sus 11 nietos al volver a casa. Es que trabajar acá no es solo un empleo, es pertenecer.

Este restaurante es la prueba de que lo humano puede ser el corazón de un emprendimiento. De que no hace falta inventar algo nuevo para cambiar el mundo, a veces basta con mirar a quien la sociedad ya no ve. Y apostar por ellos.

Porque nunca es tarde para empezar de nuevo. Ni para cocinar con amor.

El futuro de la energía solar en México está a punto de dar un giro sorprendente

¿Sabías que los paneles solares también tienen un ciclo de vida y que, cuando dejan de funcionar, pueden convertirse en un problema ambiental

Pero tranquilos, aquí solo damos Buenas Noticias, por lo que no todo está perdido. Rafiqui, una nueva planta recicladora sin fines de lucro, ha llegado para cambiar las reglas del juego y darle una segunda oportunidad a estos dispositivos.

Cada año, miles de paneles solares quedan fuera de servicio, ya sea porque han cumplido su ciclo de vidao porque no fueron instalados correctamente. Esto genera una cantidad impresionante de residuos tecnológicos que, sin un tratamiento adecuado, pueden terminar contaminando más de lo que ayudaron al planeta. Para el 2030, se estima que México tendrá 36,500 toneladas de estos residuos. Una locura, ¿no?

Aquí es donde entra Rafiqui. Esta planta, creada por empresas del sector de energía solar, tiene como objetivo procesar al menos 1,000 toneladas anuales de paneles en desuso. Pero no solo eso: también rescatará aquellos que aún tienen potencial para generar energía y los donará a comunidades vulnerables. Sí, leíste bien: paneles que parecían inservibles volverán a iluminar hogares donde más se necesitan. Un verdadero ejemplo de economía circular en acción.

Además de empresas líderes como Beetmann, Bright y Energía Real, Rafiqui cuenta con el apoyo de aliados como la Embajada Británica y la Agencia de Energías Renovables de Nuevo León. El proyecto busca recaudar 15 millones de pesos para arrancar operaciones en una sede que pronto será anunciada.

Este esfuerzo no solo evita toneladas de desperdicio, sino que refuerza el compromiso con el medio ambiente y la energía sostenible. Porque, si queremos un mundo impulsado por energía limpia, también debemos pensar en lo que hacemos con los residuos que genera. La solución ya está en marcha y, con iniciativas como esta, el futuro del planeta se ve más brillante que nunca.

Así que la próxima vez que veas un panel solar, recuerda: su historia no termina cuando deja de funcionar, su luz puede seguir brillando en otros rincones del mundo.